Islas Galápagos, un archipiélago perteneciente a Ecuador que contiene una variedad increíble de especies en fauna y flora. Es la «tierra prometida» para conocer de cerca a sus reptiles y tortugas gigantes, que son la insignia de esas ínsulas rodeadas de océano, sobrecargadas de belleza natural, en las que el científico y naturista Charles Darwin se basó para su teoría de la evolución

No existe ningún lugar en el mundo como las islas Galápagos. Se tratra de un archipiélago volcánico del océano Pacífico. Es conocido como uno de los destinos más famosos del mundo para la observación de fauna. Es una provincia de Ecuador y se encuentra a unos 1,000 km desde sus costas. Su terreno aislado alberga una diversidad de especies animales y vegetales, muchas de ellas exclusivas. Charles Darwin lo visitó en 1835 y su observación de las especies de Galápagos inspiró posteriormente su teoría de la evolución.  Por lo tanto, su obra «El origen de las especies», de 1859, le debe mucho a estas islas volcánicas aisladas en medio del Pacífico.

El archipiélago de las Galápagos lo forman 13 grandes islas volcánicas, 6 islas más pequeñas y 107 rocas e islotes. Pertenece a Ecuador y está situado a 1000 km de la costa continental americana. Esta distancia y la confluencia de tres grandes corrientes oceánicas (Humboldt, Panamá y Cromwell), que tienden a alejar de la costa cualquier cosa que flote, hizo que durante millones de años el archipiélago evolucionara al margen del resto del mundo.

Las condiciones de sequía y aridez del suelo impidieron la supervivencia de cualquier mamífero, por lo que Galápagos se convirtió en una especie de “tierra prometida” de los reptiles, que crecieron y evolucionaron sin depredadores. Como me decía un biólogo marino que trabaja en Galápagos:todas estas especies, al estar aisladas geográficamente del continente y de islas entre sí, han ido evolucionando de forma diferente; cada isla tiene una flora, cada animal que arribó aquí tuvo que adaptarse a su nuevo vecindario.

Quien llega por primera vez imagina que le va a sorprender ese catálogo de animales endémicos. Por ejemplo, los galápagos gigantes que dan nombre a las islas. Son el ser viviente más longevo del planeta, si exceptuamos los árboles, ya que puede vivir hasta 150 años. Estuvieron a punto de desaparecer porque los galeones se los llevaban como comida de larga duración; una especie de carne en lata, pero con patas y caparazón, vamos. Otros seres peculiares son las iguanas marinas, endémicas de las islas, que se alimentan de algas y no dejan de escupir sal mientras permanecen durante horas inmóviles sobre las rocas que baña el oleaje.

El visitante se dará cuenta enseguida de que los animales no muestran ningún tipo de miedo por los recién llegados. Los habitantes de Galápagos llevan varios millones de años sesteando en sus negras rocas sin preocuparse por los depredadores, por lo que no huyen cuando ven aproximarse a un nuevo inquilino (nosotros, los humanos). El resultado: en ningún otro lugar del mundo puedes fotografiar a pocos centímetros de distancia un león marino, una iguana o un enorme albatros sin que se inmute por tu presencia.

La fama de remotas no es baladí. Ni siquiera hoy es fácil –ni barato– viajar a Galápagos. Declaradas parque nacional y Patrimonio de la Humanidad, las islas tienen un número máximo de visitantes autorizados. Número que por desgracia va en aumento: empezó con 110.000 y ya llega casi al doble. Parece que las autoridades ecuatorianas se resisten a renunciar a los pingües beneficios que genera el turismo, aunque son muchas ya las organizaciones internacionales que han alertado de que se está alcanzando el colapso de presencia humana, no solo por el turismo, sino por el aumento de residentes en las cuatro islas habitadas: Santa Cruz, San Cristóbal, Isabela y Florena.

Tampoco es posible moverse por libre, salvo en torno a los núcleos habitados de las islas principales, donde hay espacios recreacionales acotados, como Bahía Tortuga en la isla de San Cruz o el volcán Chico en la Isabela, en los que para acceder basta con anotar el nombre en las correspondientes oficinas de los guardaparques. El resto de los 70 lugares autorizados para las visitas en todo el archipiélago hay que verlos en grupos organizados y con guías oficiales.

Así que el mejor consejo que se puede dar a quien quiera visitar las islas es que contacte con el hotel o el barco elegido y reserve plaza para las fechas deseadas con mucha antelación. Le pedirán hacer un registro en la página web del parque nacional detallando las fechas y el tipo de alojamiento. Si hay plazas, recibirá un correo electrónico autorizando la entrada a Galápagos, previo pago de una tasa de acceso.

Una vez allí, solo hay dos formas de plantear la visita. Una consiste en alojarse en algún hotel de las cuatro islas habitadas y desde allí moverse por la propia isla o por otras con excursiones organizadas. O bien viajar en un barco que haga recorridos de una isla a otra.

En las Galápagos no hay carreteras y las distancias entre islas son grandes. Quien se aloje en un punto concreto solo podrá ver lugares cercanos a ese punto, a menos de que disponga de muchos días. En cambio, el barco –aunque resulta más caro que un hotel– se desplaza cada día a localizaciones diferentes y accede a las islas más remotas y alejadas. Varias compañías autorizadas ofrecen estancias desde tres a quince días.

¿Cuáles serían las islas más recomendables si se decide hacer island hoping (alojamiento en tierra e ir saltando de isla en isla)? Pues para empezar, Isabela, la más grande de todas y la de paisajes más espectaculares. Al ser una isla muy joven, su edificio volcánico está casi intacto lo que garantiza unas fotografías sobrecogedoras, en especial por la costa oeste, en el canal de Bolívar. En Isabela viven los famosos cormoranes no voladores –un caso único en el mundo– y la comunidad de pingüinos más grande de Galápagos. Su capital y único lugar habitado se llama Puerto Villamil.

Otra isla muy concurrida y con muchos servicios es San Cristóbal, donde está Puerto Baquerizo Moreno, la capital de Galápagos. Dispone de todo tipo de alojamientos y servicios. A las afueras del pueblo se construyó un centro de interpretación muy moderno y bien equipado que conviene visitar para conocer más sobre este singular archipiélago. Allí mismo empieza un sendero pavimentado que sube hasta un mirador y luego baja a Playa Baquerizo, la bahía donde atracó por primera vez el Beagle y donde Darwin puso por primera vez pie en las Galápagos. Una estatua muy fotografiada recuerda este hecho. También merece la pena ir hasta la Punta Pitt, en el oriente de la isla, donde se extiende una playa enorme en la que sestean grandes machos de lobo o león marino.

Aunque la más visitada es Santa Cruz, porque en un islote vecino se construyó el aeropuerto de Baltra, el más grande del archipiélago y el que más vuelos recibe. Su capital es Punta Ayora, que con más de 30.000 residentes constituye la mayor concentración humana de las islas. Santa Cruz carece de la belleza de sus vecinas y, además, la acción humana ha modificado bastante su paisaje, pero tiene varias visitas imprescindibles. Una de ellas es el centro de cría de galápagos gigantes en cautividad que hay junto a la Estación Científica Charles Darwin, a las afueras de Punta Ayora.

El de Santa Cruz es uno de los tres centros –los otros están en Isabela y San Cristóbal– que han permitido la recuperación de 10 de las 14 especies de tortugas que había en las islas antes de que la matanza indiscriminada casi acabara con ellas en el siglo xix. Aquí vivía el legendario Solitario George –el último ejemplar de tortuga de la isla Pinta, que murió en 2012 sin dejar descendencia– y aquí vive Diego, la tortuga más longeva que ahora mismo se conoce y que permitió recuperar la especie endémica de la isla Española, que había desaparecido de su hábitat natural. Mucho más tranquila y relajada es la vida en Floreana, una isla pequeña con apenas 200 habitantes y media docena de hoteles, perfecta para quienes vayan buscando una estancia más sosegada.

Quienes opten por una estancia a bordo de un barco podrán ver estos lugares y también islas deshabitadas a las que solo se puede navegando. Por ejemplo, la Española. Un pedazo de roca plano, ubicado en el extremo sur del archipiélago y rodeado de aguas muy ricas en nutrientes porque es la primera isla que recibe la corriente de Humboldt. Esto la ha convertido en un gran santuario de aves marinas. Un paseo por el único sendero autorizado de la isla permite ver y fotografiar cientos de piqueros de varios tipos, cormoranes, fragatas o gaviotas. Además hay una enorme colonia de iguanas marinas que toman el sol indiferentes a los visitantes en el mismo muelle de atraque, sin importarles que alguien les ponga el objetivo de la cámara a un palmo de sus narices.

Otra isla a la que hay que llegar en excursiones organizadas en barco es Bartolomé, la más cinematográfica de todas. Aquí se rodaron muchas escenas de “Master and Commander” (2003), la película basada en las novelas de Patrick O’Brian y protagonizada por Russell Crowe. La isla tiene maravillosos e inalterados paisajes volcánicos y un sendero habilitado por el parque para ver fauna y fenómenos magmáticos. Se permite el baño en la cala del Pináculo, donde hay posibilidad de hacer snorkel entre lobos marinos y pingüinos.

Quien sepa bucear y quiera vivir una experiencia única, tiene que ir a Wolf y Darwin, las dos islas más alejadas del archipiélago: unas 26 horas de navegación desde Santa Cruz. Pues porque si la fauna de Galápagos es rara, única y sorprendente en superficie, por debajo de ella lo es todavía más. Los fondos marinos de Galápagos se cuentan entre los más intactos y con más abundancia de fauna del planeta. Una riqueza biológica que aumenta durante la temporada seca, desde finales de agosto hasta mediados de noviembre, cuando gracias a esas tres grandes corrientes que aquí confluyen el archipiélago se convierte en una gigantesca sopa de plancton que atrae a los grandes viajeros del océano, mamíferos marinos, cardúmenes de enormes de tiburones y peces pelágicos que llegan atraídos por la abundancia de comida.

El tiburón ballena es el más codiciado de los animales acuáticos que pueden verse en las Galápagos. De este monstruo apacible –un escualo con tamaño de ballena que solo come plancton– se sabe muy poco. Vaga por los mares en busca de alimento y aparece en lugares muy concretos en fechas muy señaladas. Como la remota isla de Darwin durante la temporada seca, cuando los tiburones ballena navegan sin parar, siempre a contracorriente, abriendo y cerrando la enorme boca, dejando que toneladas de agua cargadas de alimento se filtren por sus branquias y llenen su estómago.

Si de música tradicional se trata, la isla comparte algunas de las característica del Ecuador en tierra firme, donde los géneros son: el pasillo, el sanjuanito, el albazo, el pasacalle, el marimba esmeraldeña y el yaraví. Las danzas, como en toda isla, son muy coloridas respecto a atuendos utilizados.

La escena musical de Galápagos pudo disfrutar de los sonidos y la influencia de grandes maestros de la música independiente ecuatoriana, como lo son Héctor Napolitano y Hugo Idrovo. Con esos referentes, en las Galápagos todavía se produce música joven y de calidad. Un ejemplo de ello es la fusión de Arkabuz, banda ecuatoriana que nació en Galápagos hace 11 años (desde ese momento, no ha dejado de experimentar todos los géneros posibles: reggae, funk, pop y rock & roll. Sus ritmos están atravesados por sus experiencias personales, las cuales se manifiestan en sus dos primeros trabajos: Vive libre y Estrato) y el reggae de Luis “Faya” Morales, guitarrista y cantante de la banda GanJah Roots, quienes desde las islas amplifican su producción hacia el resto del Ecuador.

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