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BARROCO Y FOLK

BARROCO Y  FOLK

Avi Avital es un mandolonista judío que reside en Alemania. Sus estudios académicos los realizó en Jeruslén e Italia. Se consagró por tomar complejas piezas clásicas de violín y readaptarlas a través de la mandolina.

Texto y foto: Cristian Pirovano

Nacido en la ciudad israelí de Beer Sheva, Avi Avital se transfromó en una genio de la mandolina con apenas ocho años de edad. Resulta que estaba actuando con una orquesta y sobresalía por su pequeñez y buen desempeño con el instrumento, por lo que recibió el aplauso inmediato, además de los elogios por parte de músicos y parte del público. Fue creciendo y pasó a estudiar en la Academia de Música de Jerusalén y en el Conservatorio de Música de Cesare Pollini en Padua, Italia, donde el foco de su trabajo consistió en realizar transcripciones en mandolina de piezas originalmente escritas y tocadas con violín. De carrera vertiginosa y exitosa, Avital se ha presentado en míticos lugares como Carnagie Hall, Lincoln Center, Sala de Conciertos de la Ciudad Perdida y Philamornie de Berlín. En el mundo de la música se lo cataloga como el mandolinista que interpreta el barroco y el estilo folk. En la actualidad rueda por el planeta acompañado por el Cuarteto Petrus, en el marco del Yellow Lounge, proyecto que nació en 2006 en Berlín (ciudad donde reside), que recoge el legado de la música clásica y lo actualiza en su forma y contenidos de manera no tradicional.

-¿Cómo empezaste a tocar la mandolina?

-Empecé en Beer Sheva (Israel) donde había una orquesta juvenil de mandolinas. Fue fundada por mi primer maestro, Simcha Nathanson, que tocaba el violín y la mandolina. Una vez fui con mis padres a un concierto de un vecino que tocaba en esa orquesta y quedé fascinado. Luego insistí para que me llevaran y allí empecé. Fue una coincidencia, como lo son todas las grandes cosas de la vida.

-¿Qué recuerdos tenés de tu primer profesor?

-Era un autodidacta. Yo fui uno de sus últimos estudiantes antes que se jubilara. Llegó a mi ciudad emigrando de San Petersburgo, siendo un virtuoso violinista. En el conservatorio ya había maestro de violín, pero le dijeron que había unas mandolinas tiradas en el sótano y así fue que las restauró y comenzó a dictar sus clases. Su repertorio era de violín y lo fue adoptando a la mandolina, por lo tanto fue desarrollando la técnica a la vez que ejecutaba. ¡Una maravilla!

-¿Cómo siguió tu carrera?

-Luego fui a estudiar a Jerusalén por un tiempo y me di cuenta de que realmente no puedo decir que toco la mandolina hasta que no investigue un poco de la historia y la tradición, así que encontré un maestro en Italia y me fui a estudiar. Allí estudié todo el repertorio de mandolina y la historia de los instrumentos barrocos. He aprendido mucho sólo por vivir en Italia. Como músico crecí mucho, pues el lenguaje musical está a tu alrededor. La belleza te está rodeando y donde quiera que se mire hay un fuerte elemento de estética y el arte.

-¿Cómo fue la experiencia de tocar en Wannsee, Alemania? ¿Te criticaron por eso?

-Tocar en la habitación donde se firmó la “solución final” fue la experiencia más movilizadora de mi vida. Yo ya estaba residiendo en Berlín desde hacía un tiempo y eso generó algunas polémicas. Había una gran disonancia entre la belleza geográfica y lo que allí había ocurrido. La naturaleza, esas paredes no tienen la culpa de lo que allí se gestó. Sentí que con la música podía purificar esas sensaciones y a su vez, en un sentido más amplio responder a las críticas de: ¿cómo es posible que, como músico judío, haya podido elegir a Berlín como un lugar para vivir?

-En tu último álbum, Between Worlds, trabajaste en un amplio espectro musical que abarca la música del siglo venite de toda Europa y América del Sur. ¿Cómo surgió la idea?

-Ya de joven estuve viajando por varios lados del mundo y me di cuenta que la gente asocia a la mandolina con la música clásica. Por ejemplo en Rusia se la asocia a la balalaika; en Grecia al bouzouki. Todas las culturas musicales tienen un instrumento que juega un papel principal. Me gusta este tipo de doble identidad que tiene la mandolina y quería reflejar esta idea – este conflicto de identidad, si quieres.

Gente como Bartók (músico húngaro), comenzó tomando elementos folclóricos de todo los Balcanes en su estudio, recomponiéndolos y rearmonizando la música para la sala de conciertos. Manuel de Falla hizo lo mismo con la música española; Villa-Lobos con la música brasileña; Piazzolla a su vez, llevó el tango a la sala de conciertos. Entonces pensé: ¿cómo sería estar en una sala de conciertos hace cien años, que es cuando De Falla escribió sus canciones en español y cuando Bartók escribió sus seis danzas folklóricas rumanas? Imaginé que te sientas en una sala de concierto mientras se oye una sonata de Ludwig van Beethoven o Johannes Brahms y de repente se mezclan con estos modos y ritmos exóticos que estaban relacionados con la música folk. ¡Eso debe haber sido muy moderno para su tiempo! Con mi álbum Between Wolds quería preservar esta música «moderna», esta frescura, para que sea relevante otra vez para nuestro tiempo; lo mismo pretendo con las identidades de la mandolina y de la mía como artista.

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