Por *Rita Chiabo
Alto, de espalda firme y presencia magnética, melena renegrida, barba precisa, carisma que atraviesa planos. Tiene el torso tallado de los que no delegan su propia imagen. Sus ojos sostienen silencios. Su voz grave y envolvente deja una estela como perfume caro. Enfundado en botas negras, camisas con escote justo, sastrería filosa y un aire rockero que parece perfumado por los riffs de Primal Scream.
Se lo ha comparado con Brando en fuga, con Gainsbourg encendido, con un Adam Driver que leyó a Bukowski en voz baja. Pero en verdad es otra cosa: una criatura que hace de la cámara una extensión del alma.
Han dicho de él que es un «dandy» que debería estar delante de cámara, un enfant terrible del nuevo cine argentino, un galán que no se vende, que se revela. Nada más acertado que esas miradas.
Leo Damario, nació en Mar del plata y ha pasado su infancia con la frescura del mar, llegó al arte como se llega a un cuarto en penumbras: con deseo y con fe. Su cuerpo es lenguaje, y su cine, un evangelio escrito con sudor, con piel, con música en los dedos.

Damario y su propio estilo.
Hay directores que cuentan historias.
Y hay otros, pocos, como él que las habitan, las suspiran, las duermen desnudos.
Filma con una intensidad que arde lento.
Cada película suya es un poema sin corrección.
Desde Victoria, psicóloga vengadora, obra que lo hizo sonar fuerte y ganar un Cóndor de Plata hasta Solo Fanáticos, su nuevo film, Damario bordea los bordes. Habla de lo marginal sin exotismo. De lo erótico sin espectáculo. De la belleza sin orden. Y todo, con un sello visual que recuerda a la escuela del deseo: encuadres precisos, cámara dorada, ritmo confesional.
Ha sido amado por mujeres, con historias que parecen extraídas de un libro de Sylvia Plath o una escena de Bertolucci. Su figura no es la del «bello clásico», sino la del atractivo secreto: como los poemas de madrugada, como los incendios lentos.
Mujeres icónicas
Y es ahí donde entra ella Antonella «China» Kruger, Miss Mundo Argentina 2011, actriz, musa e icono. Figura central de su cine y su vida. Su belleza ha sido reconocida en todos los medios: una de las mujeres más lindas del país, de esas que no necesitan luces para brillar. Melancólica y radiante. Etérea y sólida. Tiene ojos como diálogos no dichos. Su caminar podría musicalizarse con cuerdas suaves y luces bajas. Hay algo en su presencia que recuerda a las mujeres que amó Leonard Cohen: sabias, carnales, inalcanzables. En Solo Fanáticos, Antonella no actúa. Encanta.
Su historia de amor es pública, pero mítica. En Instagram, se ven postales de alta devoción: regalos vintage, joyas, poemas, noches en el Alvear, veranos en Punta del Este, cartas en manuscrito y un romance que no necesita filtros. Ahora esperan un hijo. Una nueva escena. Una nueva película.
Damario también canta y es un secreto que se descubre navegando por su obra.
Sus canciones son diarios sonoros, texturas de la noche, confesiones con ritmo. Letras como heridas que no sangran, pero laten.
En su cotidianidad conviven el arte, el amor, y la familia.
Es padre de dos hijas: Amanda Rubí y Amatista Fedra, de distintas relaciones, pero que ahora son parte fundamental de esta familia bohemia que capitanes junto a su «China». Los sets de filmación son lugares donde las pequeñas juegan, se divierten y aprenden. Esa es una magia que Damario les regala a sus hijas. Actualmente Damario y Kruger esperan felices la llegada de su primer hijo juntos: Florencio León.

El director y la madre de su próximo hijo.
En su filmografía, las mujeres no son ornamento. Son potencia. Su cine se construye sobre sus miradas, sus furias, sus silencios.
El futuro ya llegó con Solo Fanáticos. Un film protagonizado por Kruger y un elenco que arde. Historias de deseo, obsesión y ternura, con planos que podrían enmarcarse. Pero lo que viene es más íntimo aún: un cine desde la paternidad, el erotismo emocional, la ternura radical. Cine donde el amor no se grita: se escucha.
Leo Damario no rueda películas. Abre habitaciones.
Y te invita a entrar, a mirar, a sentir.
Como si cada plano fuera una carta de amor escrita con las luces apagadas.
*Escritora, editora, artista plástica y traductora.
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