Cuando a fines de los ’80 se lo definió como “el nuevo Luis Alberto Spinetta”, Roberto «Palo» Pandolfo no entendió semejante comparación, aunque este cantautor de 40 años es una pieza fundamental del rock nacional de los últimos 20 años. Lideró Don Cornelio y la Zona, un grupo que sacudió con potencial sonoro y poético en la segunda mitad ochentosa, para luego probar suerte en otra agrupación llamada Los Visitantes, fundamental inspiración para el rock que llegó más tarde. Nunca adoptó un estilo musical como propio. Fue uno de los primeros en arriesgarse en combinar tango con rock (“Espiritango, 1994) o bien actualmente, con una carrera solista que ya lleva seis años. Lo suyo es una cumbia, una chacarera, o bien música literoleña; un menjunje musical que quedará plasmado en su próximo material discográfico que pronto dará a luz. Respetado por colegas, hace un par de años consiguió editar de manera independiente un disco versionando temas de quienes admira: Charles Aznavour, Charly García, Silvio Rodríguez, Mano Negra, Quilapayún, Radiohead y David Bowie. Se había dado un lujo extra para conseguirlo: invitó a Adrián Dárgelos, al mismísimo Charly y a otros consagrados del rock local para que participaran. Su última gran aventura fue realizar la música de la película “Nacido y criado”, del director Pablo Trapero, que tan buenas críticas recibió a fines de 2006. “Había mirado ‘Mundo grúa’. Y cuando me dijeron ‘Trapero’ me enganché de inmediato. Fui al estudio y en una pantalla privada me pudieron la película. Abría con ‘Sangre’, el tema preferido de mi carrera, e una parte que te pone los pelos de punta. Empecé a temblar porque la película es dramática, catártica. En el final aparecía ‘Antojo’, otra de mis canciones. Como en la trama está en juego una nena, me tocó en lo personal porque soy padre de dos. Cuando empezamos a laburar, nos dimos cuenta que necesitaba mucha música incidental. Aires de chacarera, de cumbia, de cuartetazo. Me encantó trabajar en ese terreno. Ha sido un placer y un gran desafío”, detalla con orgullo.
-Vos venís del extracto del punk rock, ¿cómo se explica que te hayas interesado tanto por estilos como la cumbia, la chacarera, el cuarteto para fusionarlos con el rock?
-Es que la gente está demasiado rockera. Ya llegará el momento en que la raíz resurja de nuevo. La música con raíces es resistencia cultural. La cumbia es sudamericana, nace en Colombia. El problema es el rock & roll, que nace como una música de victoria del imperio yanque en los ’40 y ’50. Ellos se muestran como los salvadores del mundo y resulta que le afanaron la energía a los afroamericanos. El rock & roll tiene un rasgo de traición a tu familia, tus hermanos, a los muertos por la dictadura, a los muertos por Roca (ex presidente argentino), a todo el genocidio en Sudamérica hecho por Cortés y demás. Es como negar nestra propia historia y darle crédito a una música que no es nuestro espíritu, pues ellos son anglosajones protestantes. Su estilo no tiene nada que ver con nuestra realidad. Lo que sí me gusta del rock es que en los ’70 y ’80 unió juventudes del mundo. Con respecto a mi obra, puedo asegurarte que para todas las agrupaciones de tango contemporáneo soy el referente de la primera mitad de los ’90. Es algo que se vino dando mucho más inconsciente que ahora. De igual manera, en mi espectáculo que presento por el país aparece un tema “beatlesco” porque a ellos sí que los amo. Ellos sí que evolucionaron hasta que estallaron y cada uno siguió por su lado. Nosotros tenemos afroamericano, aborigen, gringo, inmigrante. Nuestras raíces son cuartetazo, chacarera, candombe, chamamé, malambo, gato. Es penoso que se haya perdido el tango como baile popular en Buenos Aires. Hay que tener un poco de valentía. No podemos estar siempre agachando la cabeza diciendo que los yanquis son geniales.
-Puede que tu concepto sea un poco extremista. Sin embargo sos de los que hacen lo que piensan. Da la sensación de que le huís al éxito comercial. Cuando estabas en momentos sublimes con Don Cornelio y la Zona o con Los Visitantes, de pronto disolviste los proyectos, ¿por qué?
-Hay quienes piensan que me autosaboteo. El rock ocupó un lugar complicado en la cultura de los ’90. Algo me alejó de ser un ícono. Lo único pirotécnico que hice fue el disco “Patria o muerte”. “¿Quieren rock & roll? Ya van a ver”, fue mi postura. Después todo fue raro. Empecé con Los Visitantes y las multinacionales estaban detrás mío. Me hincha las pelotas la demagogia de los artistas. A su vez no soporto que me idolatren ni a la masa gritando “bravo, bravo”. Me encanta la comunión, el mantra, el groove, el baile, la emoción, cuando se paran los pelos. Hay una telita muy fina que separa a los músicos de la demagogia, la prepotencia, la soberbia.
-¿Y cuál es tu visión de las bandas que compartían escenario con vos y que se consagraron en los ’90, en plena cultura menemista?
-Hoy cualquier cosa que se ponga en la radio durante tres meses seguido se trnsforma en hit. El problema es el espíritu de tu obra. Soy medio anarcoespiritista, soy incontenible. ES difícil y sobre todo en una sociedad como la que se generó en el menemismo. No estoy mal por mirar desde la vereda de enfrente a los otros. Me hincha un poco las pelotas no poder estar tranquilo y estar sufriendo por el mango. Me parece que es una falta de respeto hacia un artista. Y es una injusticia contra un trabajador de la música. Me resiente. No quiero pecar y que la gente piense que me la creo.
-Tenés dos hijas de diferentes parejas. Evidentamente la familia ocupa un lugar importante en tu vida. Por lo menos el tema de progenitores.
-Tengo a Farcesca de 2 años y a Anahí de 7. Vivo la función paternal. Ellas son un cable a tierra. Me cambiaron la vida. Mi segunda nena vino con mucha luz y la tomo como un premio de la vida. La paternidad siempre depende de cómo uno esté parado en su vida personal, en su carrera y en todo lo demás. Los niños son una inspiración total, una compañía, una belleza. Como soy medio salvaje, todo lo vivo muy naturalmente. Me gusta difrutarlas, darles muchos besosy enamorarme locamente. A veces pienso que me gustaría tener un varón como para ver cómo me paro. Una nena es más fácil: abrazar, besar, chupar. Te entregás sin ese prejuicio que puede tener el varón. Sueño tener un chico y hacer lo mismo. No quiero ser un maldito reprimido y pegar como lo hacían nuestros abuelos. Nada de “dale, flaco, ¡no seas maricón! ¡Empezá con el fútbol!”. Esta es una sociedad machista.
-¿Venías de una familia así?
-Es de otra generación. Mi papá murió en el ’90, a los 66 años. El viejo fue militante socialista de la década del ’40. Un tipo duro. Devenido en comunista. Muy extremista en sus pensamientos. En su acción era un padre de familia, un honesto y muy digno laburante. Fiel a su trabajo.
-¿Y tu mamá qué papel ocupaba en la familia?
-Mamá era Directora de la Escuela Basilio, era espiritista, una mística total. Estaba en esa cuestión de la ayuda espiritual. Lo tomé muy natural porque crecí en ese ambiente. Reconozco que ambos fueron buenas personas y nobles. Mi vieja me apoyó muchísimo. Me mandó a estudiar guitarra a los 9 años porque se dio cuenta que me estaba yendo por ese lado la historia. A mis 16, cuando mi viejo vio que ya era inexorable lo mío con el rock, me compró una guitarra eléctrica que aún conservo. Puso la poca guita que tenía.
-¿A qué edad te fuiste de la casa de tus viejos?
-En el ’89, después del disco “Patria o muerte” me alquilé una casa. Ese disco fue una contención a la figura paterna. Una post adolescencia. Ya había tenido una guerra con papá a los 14. Y a los 23 generé el corte definitivo. Pobre viejo, igual ahí nos hicimos amigos. Cuando me independicé, volvía los sábados a visitarlos y ahí nos sentábamos por primear vez en el patio de casa a charlar.
-¿Tus primeros trabajos?
-Cuando tenía que pagar el alquiler de la casa. Don Cornelio era una banda after punk, un descontrol. Nunca nos pasó por el lado de la guita. Mi profesión se fue armando con mi oficio de guitarrero y cantor. Nunca me paré desde la plata. No entendía que esto era un trabajo. Para mía era como una fiesta. Laburé de muchas cosas, no sólo de cadete. Lo más loco que hice fue vender sánguches en la calle con un amigo mío que tenía una banda punk y en la que yo tocaba el bajo, en paralelo a Don Cornelio. El chabón ya murió. En los ’90 el Sida se fue tragando gente locamente. Era un compañero de la secundaria, un íntimo hermano. Teníamos canastas enormes. Esos sánguches que armábamos eran buenísimos. Era muy loco andar por la calle vendiendo. Desde Roosevelt hasta Virrey del Pino, por Cabildo. Mano a mano, levantando clientes. También laburé en una fábrica en Pompeya, que se llamaba Kela, una impresora industrial. Las máquinas tenían 20 metros. Ahí imprimíamos los estuches de Blancaflor y Nescafé. Fue poco tiempo porque cobraba poca guita y era de lunes a sábado, de 6 a 19 horas. De noche me iba a tocar con Los Visitantes. Después conseguí varios laburos como cadete. En 1992, cuando me contrataron con Los Visitantes, yo estaba laburando en una empresa importadora de lentes de óptica francesa. De cadete había pasado a tener mi propia oficina como encargado de expedición. Todo lo que entraba y salía, pasaba por mis manos: laburos de óptica, cobranzas, entregas.
-Generalmente, cuando uno habla con músicos, te encontrás que por nada del mundo quieren trabajar por fuera de la música. Tu caso es diferente, contás con orgullo todo lo que realizaste por fuera de tu profesión.
-Yo me dije: “el negocio del rock no es para mí”. Armé Los Visitantes, pero vivía de otros ingresos. Me parece que es una experiencia alucinante. No te digo que todo el mundo siempre tenga que vivir laburando de otra cosa. No creo en un maoismo tan extremo. Tal vez sí haya que laburar todo por el bien de la comunidad y después que cada uno desarrolle sus potencias.
-Estamos ingresando al terreno político…
-Ya estamos filosofando, me parece. El hecho de trabajar la tierra. Una búsqueda de herramientas a nivel productivo. La idea sería generar un bien de consumo: alimento casa, salud, lo básico y necesario. Que todo el mundo trabaje para las cuestiones básicas que la sociedad necesite. Eso es comunismo. Asusta mucho la palabra izquierda. Y a mí también me asusta. ¡Es que ha habido tanta cosa rara! No se hablaba de matar, sino de vivir. Porque para mí la “revolución” sería la revolución sobre la revolución.
-Durante algún tiempo estuviste afiliado al Partido Comunista.
-En la Federación Socialista me había afiliado. En el ’81, todos contra la dictadura. Pero en el ’82 yo fui a la marcha multisectorial del 30 de marzo. Estaban el Movimiento de Integración y Desarrollo, el Partido Intransigente, la Democracia Cristiana, el Partido Humanista, el PC, el MAS, el PJ y la UCR. Todos unidos en una gran marcha contra los militares. Cientos de miles de personas. Cuando terminó la dictadura, finalicé la secundaria y me despoliticé. Empecé Don Cornelio y a laburar en la calle. Me dediqué a vivir la fiesta radical, la fiesta democrática, la Primavera Alfonsinista. Me hago cargo de que me dediqué al boludeo. Sería increíble que haya de nuevo una militancia de clase media, baja y media alta. Estaría bueno encontrarnos, hacer redes, reunirse. Hoy existe la militancia individual.
-Siempre solés pregonar “la política del amor”, ¿podés explayar esa idea?
-Es el amor en la política. Que sea por otro camino. El diálogo puede acercar. Lo que pasa es que debe haber algo espiritual que acompañe. Es también una plegaria. Cristianismo, judaísmo y musilmanes provienen del mismo tronco que es Abraham. Es muy jodido lo que se generó en la religión en los últimos 200 años. No es otra cosa que fuerza de poder donde cada uno defiende su estigma. Todo muy separatista: lo tuyo no es fe, lo mío sí lo es. Es muy patético, porque si en realidad la plegaria consta en la unidad y despojarse de las preocupaciones materiales… Contradictorio. Uno a veces cierra los ojos y puede pensar una plegaria: “Ayuda Jesús a esta nena”, por ejemplo. Sí, siempre se pide por alguien que en general es un ser cercano. Siempre se espera a que pase algo, ¿por qué esperar a eso y no practicar? Confío en que la vuelta a la espiritualidad es lo que va a salvar a la humanidad. Si no somos hermanos hasta ahora, por lo menos busquemos hermanos entre nosotros.
-Formaste parte de un grupo de poetas que se llamaron Los Verbonautas. Varios de tu entorno fallecieron producto de excesos, pero vos te quedaste, ¿sobreviviste por amor a la vida?
-Siento que tengo alguien que me cuida, en tanto lo que yo haga o deje de hacer, es como un poder más fuerte. Quería hacer todas las peores cosas y no podía. Quería lograr la autodestrucción. ¡Éramos punks! Aparte viví parte de la década del ’70. Mi generación tuvo mucho rock & roll. La canalización tangible de mi supervivencia son las canciones. Tengo que escribir porque es una misión trascendental. Debo llegar a mis casa suficientemente bien para hacer canciones. Igual ahora soy padre y tengo como un control de mi vida, hago lo que quiero, como quiero, empiezo a elegir. Hoy la mía es: “Mantenete bien, cuidate, defendete…”.
-¿Maduraste?
-Es inevitable que uno madure. A los 14 me decían El Abuelo. Me gustaría ser viejo. Lo que quiero es tener la experiencia del viejo, de la vida. Quiero llegar a viejo y escribir una novela. Tres años sabáticos a los 80 para escribirla es mi mayor ambición artísitica. Sólo de viejo podría hacerlo. Ahora no podría, todavía tengo muchas cosas por hacer.
Reportaje realizado para el segundo número de la desaparecida revista Mavirock, publicado en mayo de 2007.
Foto superior: Prensa El Astillero (tango) junto a Palo Pandolfo.
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