El sello Sony Music anuncia la publicación en Plataformas Digitales de las grabaciones del gran “Polaco” en un período clave: entre 1967 y 1985. Por primera vez, estarán con la tapa original de cada disco y el mismo orden de los temas.
Entre el cantor de la típica de Aníbal Troilo que no quería lanzarse como solista y el intérprete audaz que graba con una orquesta de más de 40 músicos dirigida por Carlos Franzetti, transcurren veinte años. Son mucho más que un interregno sensible al almanaque tanguero: es el instante en el que Roberto Goyeneche deja de ser una figura indiscutida del género para perfilarse en algo todavía más poderoso. Un cantor único, extrañamente adorado por las nuevas generaciones: el Polaco se dejó arropar por un público joven que lo tomó como fetiche, como el vehículo de una autenticidad que tal vez el rock había perdido en el camino. Vio en su cuerpo cascoteado los contornos de un artista más cercano a Tom Waits que a Raúl Berón.
Es también el momento histórico en el que se proyecta como cantor solista en su punto justo, equidistante entre la marcación rítmica del baile y la conversión en el diseur fatigado del final. Y es, a su vez, la etapa de la invención: sin alejarse nunca del tango, funda una matriz en la que cabe la tradición y la modernidad, Troilo y Piazzolla, Manzi y Expósito, el modelo gardeliano y la influencia del “Paya” Díaz, la entonación, la sobriedad y la sensibilidad de un fraseo abismal. Hasta se dijo, casi con afán literario, que sabía cantar cada punto y coma. La observación tiene asidero: se percibe en su abordaje interpretativo una alta valoración de la lírica y un manejo extraordinario de los criterios dramáticos de cada pieza. En ese sentido, se entiende la sintonía afectiva con Troilo. Más allá de las correrías nocturnas que dejaron un tendal de anécdotas variopintas, compartían el placer por la canción, por el buen texto, por la melodía.
Esta colección digital presenta diecinueve discos de larga duración que Goyeneche grabó para RCA Victor, impulsado por el productor Aquiles Giacometti, en la etapa fundamental que comprende de 1967 a 1985. Recuperados cronológicamente, se publican por primera vez en las plataformas tal cual salieron, sin artificios ni bonus track, con la tapa original y el mismo orden de los temas.
A partir de 1967, recién convertido en solista, Goyeneche graba una serie de discos que marcan una declaración de principios: rubrican su filiación troileana, una escuela estilística a la que nunca deja de pertenecer. Incursiona como cantor invitado de la orquesta en el LP conceptual “Nuestro Buenos Aires” (1968), con obras nuevas de Armando Pontier y del poeta uruguayo Federico Silva y arreglos del propio Pontier. Y también lo hará en “¿Te acordás…Polaco?” (1971), una obra integral –y complementaria del disco anterior– en la que el cantor y el director vuelven a jugar fuerte: esta vez, graban tangos tradicionales que la orquesta ya había canonizado junto a Edmundo Rivero (“Sur”), a Francisco Fiorentino (“Barrio de tango” y “Toda mi vida”), y a Floreal Ruiz (“Corazón de papel”), con un resultado formidable.
Pero, además, Goyeneche construirá su propia catedral solista junto a miembros de la orquesta de Troilo. A finales de los años 60, graba una trilogía de discos junto a la típica dirigida por Ernesto Baffa y Osvaldo Berlingieri, que va sembrando el camino de creaciones propias («María», «Desencuentro», «El último café»). Como un dato sintomático que refleja su crecimiento artístico y comercial, el primer volumen se titula “Tres para el tango” y el último «Roberto Goyeneche con Baffa-Berlingieri».
En cierta forma, estas grabaciones no solo clausuran el delicado equilibrio entre director y cantor, sino que abren una etapa en la que se afianza como cantor solista a punto caramelo, entre un manejo de las pausas con un sentido teatral y un fraseo inigualable. En esta transición, también va a ser fundamental Raúl Garello, bandoneonista de la orquesta de Troilo, quien se ocupa de los arreglos, y que pasará a dirigir la Orquesta Típica Porteña, ensamble creado para las grabaciones de estudio y clave para el cantor en la década de 1970.
Hay otro elemento determinante que lo coloca en un lugar único: su visión artística. Con un olfato natural para detectar el clima de época, Goyeneche se corre del pensamiento generalizado del medio. En plena «guerra del cerdo» entre jóvenes y viejos, elogia a Los Beatles y defiende a capa y espada la revolución piazzolliana. Mucho más que eso: en 1969, define a «Balada para un loco» como un «tangazo» y lo graba en un simple junto a «Chiquilín de Bachín», en una unión artística con Piazzolla que revalidará años después con un ciclo de conciertos y un disco en vivo.
En lo poético, tiene posturas análogas: sin dejar de cantar a los letristas tradicionales, se transforma en el intérprete de las formas surrealistas de Homero Expósito, cuya obra parece escrita para él. Junto a la orquesta de Atilio Stampone, les da los contornos definitivos a obras como «Maquillaje» y «Afiches», que habían sido grabadas años antes sin repercusión, y deja una versión antológica de “Naranjo en flor”. Lo de Stampone es mucho más que el puente musical entre poeta y cantor: en tres álbumes, el pianista y director también se luce y hace lucir con arreglos de avanzada en tangos tradicionales.
A comienzos de la década de 1980, ya refugiado en la expresividad de su fraseo, Goyeneche registra álbumes que funcionan como espejo de su popularidad en aumento: uno, «Reunión de maestros#», junto al Sexteto Tango –un ensamble de notables, escindido de la orquesta de Osvaldo Pugliese– y otro, «El Polaco por dentro», con una orquesta de músicos del Teatro Colón dirigida por Carlos Franzetti e invitados. Una producción que fue prácticamente un crossover , con un repertorio ecléctico (de «Como la cigarra» y «Gracias a la vida» a «Volver» y «Cambalache») y arreglos del propio director, que generó no pocas polémicas en el mundillo tanguero, poco habituado a este tipo de propuestas, y que el cantor defendió con uñas y dientes: lo calificaba como uno de los mejores de su trayectoria.
Este ordenamiento tiene la pretensión de ser una muesca imprescindible en la obra integral y ostenta la virtud de mostrar una generosa panorámica del Polaco en estado de gracia. El menú de grabaciones dimensiona su estatura artística, antes de la construcción de la mitología. Se trata de la leyenda antes de la leyenda. O para decirlo de otra manera: la pureza de un canto único. Lo que se escucha en estos discos es una verdad artística.
Dejanos tu comentario