Francisco El Hombre, la banda brasileña que está cautivando a Latinoamérica, llega al escenario de Niceto para presentar su último trabajo discográfico, “Rasgacabezas”. La cita es el 28 de agosto, a partir de las 20 horas.
En esta ocasión, compartirá escenario con Lucy Patané, luego de que esta artista agotara tres recitales en el Centro Cultural Richards, junto a su banda integrada por Carola Zelaschi en batería, Mene Savasta en sintetizador y Melina Xilas en saxo tenor. En esta ocasión compartirá con el público de Niceto sus nuevas canciones, que dan muestra de por qué es considerada una referente generacional de la grabación, la composición, la producción musical y la puesta en vivo en la escena local.
El «opening» de esta gran velada estará a cargo de Paula Maffía, quien hace poco fue seleccionada para abrir el próximo show de Patti Smith en Argentina.
El mito tras Francisco El Hombre
El grupo desarrolla música brasileña, mexicana y fusiona otros estilos latinoamericanos, pero la inspiración de su nombre se remonta a un personaje del pasado, o sea el nombre del conjunto es un homenaje a una leyenda del ayer.
De todas las leyendas que pueblan el Valledupar (Colombia), la de Francisco el Hombre es una de las que más interés suscita. Su fuerte vínculo con el acordeón, el instrumento más representativo de la música vallenata, y su alusión a la religión, son algunas de las razones de su notable presencia en la conciencia colectiva.
Francisco Moscote (su nombre real), ahora conocido como Francisco El Hombre, era de Machobayo, en la Guajira. Era un acordeonista, no perfecto, pero tocaba el acordeón con el alma y era considerado un juglar.
Cierto vez salió de noche, tocando el acordeón. Iba para la Guajira, para su tierra, y en el camino percibió algo extraño. Se fijó y entendió que alguien le contestaba con el acordeón, pero de una forma muy superior a la suya. Él se erizó y se lo tomó como una rivalidad porque el otro acordeón tocaba la misma canción que él.
Entonces, Francisco Moscote se dijo “Voy a tocar otra cosa para ver si me responde lo mismo”. Sintió una competencia, sintió que alguien le estaba haciendo piquería, pero piquería en el sentido de calidad. Tocó otra música y a los pocos segundos el desconocido le contestó exactamente lo mismo pero de manera más refinada y elegante. En ese momento, Francisco entendió que se encontraba en una auténtica piquería de calidad.
Interpretó una tercera canción y sucedió exactamente igual. El hombre se vio ofendido, porque la otra persona le contestaba magistralmente, y como cristiano que era, consideró que su oponente era el demonio. Sintió un olor a azufre y se persuadió que era Satanás.
Trató de buscar una salida. Pensó en rezar un Padre Nuestro, pero no era suficiente. Eso no lo espantó. Entonces se le ocurrió algo más audaz. “Voy a rezar el credo al revés”, dijo, como una jerigonza en lengua indígena.
Comenzó a tocar el credo al revés con su acordeón y en cuanto el demonio escuchó esa jerigonza, se apabulló. ¿Cómo podía defenderse? ¿Y Cómo podía contestarle? Era algo totalmente desconocido para él. Las otras canciones sí las conocía y podía responder con el mismo ritmo, pero ésta no.
Francisco El Hombre tocó el credo al revés y se lo cantó al mismo tiempo: el diablo se dio por vencido. Huyó en una nube oscura de azufre.
Acto seguido, llegó a su pueblo totalmente despavorido y empezó a contar a sus familiares y conocidos lo que le pasó. “Yo me encontré con el diablo, debió de ser el demonio porque olía a azufre y botaba humo”, dijo alarmado. “¿Qué fue lo que pasó? ¡Cuéntanos!”, le contestaron todos y él empezó a exponer ese relato que hoy conocemos. Se lo contó a sus padres, y sus padres a sus hermanos, y sus hermanos a los vecinos, y así sucesivamente la historia se fue regando por todo el Valle, como suele pasar con los chismes en Macondo.
Su historia caló tan hondo que hasta el escritor Gabriel García Márquez lo menciona en su legendario libro «Cien años de soledad».
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