El 20 de junio, en el Teatro Ópera de Buenos Aires, se hará una «ofrenda musical» al recordado charanguista argentino Jaime Torres, que falleció el 24 de diciembre del año pasado. En este nota, los recuerdos de se su hija Manuela y dos de sus amigos cercanos: Charo Bogarín y Gustavo Cordera.
Por Sebastián Duarte
En unas pocas semanas se cumplirá medio año de la partida del recordado charanguista argentino Jaime Torres. Su familia y amigos, por estos días, están preparando una «ofrenda musical» para quien fue un referente de ellos, tanto desde lo humano como lo artístico. En la casa de la calle Piedras, donde vivía, los recuerdos abundan: por allí pasaron tantos músicos, hubieron tantos encuentros sonoros, almuerzos y cenas compartidas, además de risas, ideas de proyectos y aprendizaje constante. Todo eso junto es el retrato de quién fue Jaime Torres. Dice su hija Manuela que él aún anda dando vueltas por allí, «se lo siente, se lo siente aquí adentro de la casa». Es por eso que, como sostiene ella, la mejor manera de homenajearlo es juntándose en ese espacio con sus amigos, en familia, como tanto le gustaba al músico tucumano en vida. «No es un año fácil. Hace poco tiempo que partió. Es largo el desprendimiento de mi padre. Es que fue una figura muy fuerte para mí. Los consejos de un padre, la felicidad de haber compartido con él la música no es poco. Al ser la menor de los hijos fui algo así como hija única, estuve demasiado cerca suyo», confiesa Manuela.
Esa necesidad de juntarse, la misma que hace hincapié Manuela, en breve saldrá del hogar donde se albergó durante años su padre y se materializará junto al público el 20 de junio próximo en el Teatro Ópera, en el marco del festiBAl Otoño. O sea, esa «ofrenda» (en clara consonancia con la cultura de los pueblos originarios) tomará vida entre amigos y seguidores del gran músico norteño, el mismo que tocaba su charango con los ojos bien cerrados, siempre en pleno trance.
«Jaime se merece que lo recordemos juntos, celebrarlo, que le hagamos una ofrenda musical. Es un homenaje. Sus hijos somos músicos. Juan Cruz y yo estamos con este tema. Tenemos que continuar su legado. Haremos un homenaje a alguien muy importante para la historia de la cultura», plantea Manuela, quien desde los siete años acompañó a Jaime, bailando en los escenarios y girando por el mundo.
La idea de este encuentro que llegará a la calle Corrientes en realidad fue de Daniel Randazzo y de inmediato se la trasladó a los Torres. No hubo duda en el asunto y enseguida ellos empezaron a contactar a quienes Jaime consideró sus amigos de la vida y de la música. La lista une a artistas como Susana Moncayo, Tata Cedrón, Charo Bogarín, Gustavo «Pelado» Cordera, Tute, Mono Izaurralde, Carolina Peleritti, Jairo, Tucuta Gordillo y otros tantos más.
Gustavo Cordera, uno de los convocados, viajó especialmente unos días a Buenos Aires (vive en Uruguay), para sumarse a la primera juntada. El ex Bersuit (actualmente en La Caravana Mágica) despliega formidables recuerdos que atesora de su amigo Jaime. «Yo lo conocí en la Escuela de Música Popular de Avellaneda, donde estudiaban algunos de los músicos de Bersuit. La magia, su presencia me impactó muchísimo. Era un verdadero mago. En realidad Gustavo Santaolalla nos presentó personalmente, cuando hizo su disco Ronroco, impulsado por el mismo Jaime. Para esa época en Bersuit estábamos con el disco Libertinaje y una vez compartimos el escenario en un concierto en el Parque Centenario. También participó en el disco De la cabeza. Yo iba seguido a su casa. Nos hicimos muy amigos a partir de entonces», desliza el Pelado.
Otra de las amistades entrañables de Jaime fue Charo Bogarín (La Charo y cantante de Tonolec), quien está muy entusiasmada con la ofrenda que le harán al recordado maestro en el Ópera. «Sábana esperanzada y Barro y altura son canciones que voy a cantar. Son las que solía entonar junto a Jaime, mientras él tocaba el charango». La relación de Charo con Jaime también tuvo un costado muy fuerte, especialmente en el último tramo de la vida del charanguista. «Lo conocí en el Tantanakuy. Estaba la familia Torres. Yo estaba con Barbarita Palacios. Me crucé con Jaime en una vereda muy angostita. ´Yo sé lo que estás haciendo´, me dijo. Como diciéndome ´somos del mismo palo´. Después se generó una relación más cercana. De veladas en su casa, junto a su familia. Cada cena incluía canciones. Con Jaime teníamos el proyecto de tributo a Violeta Parra, Chabuca Grande y Mercedes Sosa, lo queríamos hacer. Tuve la dicha de acompañarlo en sus últimos días con la música, lo visitaba. Él nunca detuvo eso de compartir. Hoy todo eso se reproduce en Elba, su mujer, lo de compartir. La música es su gran legado. Aprendí de él que el arte se construye con el compartir».
Al igual que Mercedes Sosa, Jaime Torres tenía una característica particular: siempre estaba rodeado de músicos más jóvenes. «Abrazaba otras culturas. Abrazaba a la juventud. Él siempre quería integrar el rock al folclore, tenía una visión de Latinoamérica diversa, poderosa, a conciencia -relata el Pelado-. Fue un rebelde en el folclore. Tenías que verlo cacerolear frente a SADAIC. Resulta que esa vez lo invité a él y al cantante de Catupecu (Fernando Ruíz Díaz) a la manifestación que organizamos. Estaban juntos. Y le daba a las cacerolas. Él era muy amigo del Perro Santillán. Cada vez que cumplía años, invitaba a la gente a la calle, frente a su casa, se armaban bailongos con sus vecinos. Estuve en su casa ayer y es como si no se hubiera ido, su energía de allí, es muy fuerte la sensación». Por otra parte, Bogarín plantea algo similar al Pelado, respecto a la mirada juvenil y poco ortodoxa que tuvo el músico en vida: «A los grandes músicos y compositores que dejaron una huella en la música popular les gusta mezclarse con los jóvenes, aprenden de las nuevas generaciones. Jaime tenía esa conducta de mirar con respeto y dar apoyo a las nuevas generaciones, acompañar e ir de la mano. Fue un gran guía. Antes de conocerlo personalmente, fuimos invitados con Tonolec, era la época de Electroplano, su disco. Él era de la vieja generación y aprobaba mezclar la electrónica con la música de los pueblos originarios. Un innovador, que nos felicitó por difundir electrónica con la cultura qom, toba».
Su hija Manuela revela que en la casa de la calle Piedras abundan los instrumentos musicales de Jaime: existen más de cuarenta charangos, pero sólo solía tocar con dos cuando se subía a los escenarios. «Muchos charangos le llegaban a través de amigos, de luthiers, y otros los compraba él, por ejemplo en Bolivia. En algún momento a lo mejor haremos muestras itinerantes con todos sus instrumentos. Sucede que todavía todo es muy fresco. Hace muy poco que papá partió».
Según sus amigos, Jaime era «enormemente leal». Y se los demostraba con gestos concretos. «Cuando empecé a cantar como La Charo, de manera solista, me acuerdo que vino el Teatro Xirgu. Yo hacía shows íntimos allí, para presentar mi primer disco. Y la noche que vino, estaba sentado en un balconcito, escuchando atentamente como yo cantaba. Luego llegaron sus palabras de devolución, siempre alentándome. Solíamos tocar así: yo con mi cuatro venezolano y él con el charango. ¡Cómo olvidarme de su cariño, de su apoyo incondicional!», rememora Charo. Mientras que Cordera, antes de cerrar la charla y retornar a su casa en Uruguay, cuenta cuál es la enseñanza de vida que le dejó el folclorista. «Aprendí de Jaime Torres que con la música se puede hacer magia. Él lo transformaba todo, tan solo con su primera nota sobre el charango. Cualquiera que lo haya escuchado tocar el charango sabe lo que estoy diciendo. Vino a todos los conciertos míos, a pesar de que se estaba apagando. Aprendí de la amistad que no juzga. Él me alentó cuando me sucedió lo que públicamente se sabe. Pese a todo, él estuvo presente, brindándome su amistad y apoyo constante. Recuerdo las conversaciones, las anécdotas inconfesables ante los medios de comunicación, tanto de la noche y de la vida. Todo lo que me brindó lo atesoro en mi corazón, para siempre».
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