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LA VOZ DEL MESTIZAJE

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Lila Downs es la estrella más representativa de Latinoamérica en el mundo. En este reportaje, la artista mexicana habla sobre su reciente álbum Balas y Chocolate, los legados familiares, la influencia de Mercedes Sosa y sobre el brutal asesinato a estudiantes en manos del narcotráfico, años atrás.

Por Sebastián Duarte

La flor mexicana. La mestiza que reivindica lo ancestral. La sucesora de Chavela. La reina de las músicas del mundo. Ella es Lila Downs. Notable artista que nació en Oaxaca, México, pero que también vivió en Estados Unidos por una década. Sin embargo, ella es bien latina. Muy latina. Lleva sangre latina. Y reivindica el mundo latino. Con una trayectoria que empezó en 1980, y tras formar parte de diversas agrupaciones, recién a fines de los ’90 empezó a asomar con aquel recordado disco llamado La Sandunga. Después llegaron los éxitos, las giras, el reconocimiento. Pero para lograr todo esto, antes ella tuvo en claro qué es lo que quería transmitir. Cuestiones sociales, políticas y costumbristas son fundamentales en el repertorio de esta artista gigante de México, a quienes muchos catalogan como la Chavela Vargas del siglo XXI. Compositora, intérprete, productora discográfica, actriz y antropóloga, Lila, la multifacética Lila es una de las artistas de cabecera en lo que se refiere a las mixturas de las sonoridades. Hay dos cuestiones que no pasan inadvertidas en Lila: la primera tiene que ver con la inclusión de diversos instrumentos en su orquesta -además cuenta con músicos de diferentes nacionalidades-, y el segundo es que más allá de tratarse de una artistas taquillera, Lila sigue defendiendo sus convicciones, siempre denunciando las injusticias sociales que suceden en su pueblo natal, transformándose en la portavoz de los oprimidos y silenciados. Es notable que ya siendo una mega estrella mundial, no haya dejado de lado su costado solidario desde la canción y la acción. Con trece discos editados como cantante solista, por estos días está girando por el mundo, con su disco Balas y Chocolates Wolrd Tour.

-Lila, ¿los discos son tu catarsis?

-Las canciones permiten que salgan un montón de cosas. Metáforas que se refieren siempre a algo muy profundo. . El platicarlo es decodificar el mensaje, la enseñanza de ponerlo a prueba. Siempre es una experiencia. Todos los discos míos son muy conscientes. Más allá de que algunos lo sean más que otros. Pero desde Ofrenda, mi primer disco, aparecen temáticas que me preocuparon siempre, por ejemplo las corridas sobre los migrantes. Del otro lado los paisanos asesinados, a quienes tiran y a nadie le importa.

-¿Cómo llegaste a la temática de Balas y Chocolate, tal como se llama tu último trabajo?

-Primero me cuentan la historia oral mi propia familia, pues vengo de una familia involucrada en el Sindicato Nacional de Maestros, del ámbito del magisterio. En mi familia hay maestros, Ellos me narraron la historia, que yo termino abordando en este disco. Me interesé y profundicé sobre el tema. Ahora se estudia el cacao. Se cultiva en países como Venezuela y Guatemala. Los jovencitos parten a trabajar de Mojados. Niños de la pobreza. Hay una historia política muy profunda en torno al cacao. Con Paul, mi marido, empezamos a trabajar en la obra de teatro de Laura Esquivel en Broadway. Fue ahí cuando empecé con la idea de escribir mis propias preocupaciones y puntos de vista en esta temática. El disco lo desarrolla en sus canciones.

-Musicalmente hablando, es infaltable en tu obra la impronta de las músicas mexicanas.

-Me he abocado en algunos aspectos particularmente musicales. Igual me he apoyado en Paul, que tiene más conocimiento en todo lo que tiene que ver con sonidos, pues yo soy como una ranchera: sencilla. En este disco ha llegado un regalo para nosotros. Aprendimos algo desde lo conceptual e invitamos a músicos a Guajaca. Bebimos mezcal y grabamos canciones menos intelectuales.

-¿Cómo nació tu interés por mezclar distintos estilos musicales regionales?

-En realidad mis padres eran un poco antropólogos. Mi mamá escuchaba músicas de diferentes países. Muy abiertos a nivel musical. MI madre, una antropóloga nata. Yo tuve de inquietudes desde muy pequeña. Recuerdo mi inquietud de conocer la variedad. Me aburro tocando una sola interpretación. Incluso soy hasta muy jazzista.

-La incorporación del arpa y su importante desempeño en la orquestación, sin duda es un rasgo de apertura sonora dentro de tu amplia propuesta, ¿cómo te interesaste en ese instrumento tan vinculado, en especial, a Paraguay y a ciertas partes de México?

-Hubo una época en la que empezamos a girar por el país. El arpa también es un instrumento muy importante en México. Yo me desarrollé en clubes colaborando. Busqué, en principio, las sonoridades de México. Cuando estudiaba antropología en la universidad, conocí el arpa jarocha, en las zonas de Veracruz y Guajaca. Además, al conocer a Celso Ayala, que es medio paraguayo, él profundizó el asunto: me hizo conocer el idioma guaraní, su música y el mate. Entonces encontré un sonido propio. La globalización de los sonidos. Hay una necesidad de anticiparse con los elementos de la región propia. Sin embargo, todavía hay jóvenes que hoy tiene miedo a lo propio.

-Retornando al ámbito social, hace poco tiempo la muerte de una gran cantidad de estudiantes sacudió a la opinión pública mundial. ¿Cómo se vive la situación en este momento en México? ¿La sociedad quedó muy asustada después de esos crueles atentados por parte del narcotráfico?

-Ha habido asesinatos de estudiantes en Guajaca y en el DF. Por estos días se siguen encontrando cadáveres. Se descubren más cuerpos. Todo esto tiene que ver con el narcotráfico y su poderío. Leí la historia de Colombia y hay una relación compleja con los grupos de izquierda. Aquí en México también hay una relación compleja. Y hay gente que se alejó. ¡La realidad es tan terrible! Por otro lado muchos mexicanos claman por una sociedad con mayor justicia.

-Dentro de este contexto, regresaste a México y residís en Guajaca, ¿cómo se explica?

-Mira, decidimos venir con mi marido a vivir a Guajaca. El se enfermó, y como es un judío enfermo del corazón, aquí estamos más tranquilos. Es cierto lo que dices, pero preferimos hacerlo porque la vorágine de mi profesión no te da respiro. Y él no para nunca. Acá es más tranquilo que en Manhattan, donde vivimos diez años, Nos encanta Nueva York. Es otro país. Multicultural. Pero necesitábamos tranquilidad.

-Ahora que ya estás de nuevo instalada en México y además realizás una gira por Latinoamérica, ¿cuál es tu visión del momento actual de la región en general?

-Latinoamérica está en un momento de crecimiento espiritual, de unión. Eso lo notamos en la manera que viajamos Paul y yo. El otro día se estaba hablando en México sobre la diáspora, que viaja a Estados Unidos. Pero muchos no tardan en retornar. El tercer mundo va detrás de una comunicación diferente. En diez años habrá gente que estará en política y tendrá otra visión. Por ejemplo aquí en Guajaca hay muchos jóvenes indígenas que vienen de comunidades rurales. Vienen a estudiar. Nosotros compartimos momentos con ellos porque ayudamos a la organización. Muchos de ellos estudian ecología y comunicación. Por eso creo que los cambios se van a producir en unos años. Los latinos volveremos al mundo.

-¿Qué te atrae de Buenos Aires y su cultura?

-Hay muchas tradiciones musicales en Argentina. El resto de Latinoamérica miramos con respeto y nostalgia al sur. La primera vez que fuimos, estuvimos con Juan Iñaki y vimos folklore. Me sorprendió toda esa generación de jóvenes que dialogan entre música y poesía. Me sorprendió la sofisticación de la armonía. La milonga ha sido una parte esencial en mi composición, que ahora quedó plasmada en la canción Dulce verano, cuya inspiración me nació en una milonga. Bajofondo, Atahualpa Yupanqui y Mercedes Sosa, que es el pilar para mí. Ella fue la persona musical que me cambió.

-¿Cuándo descubriste a Mercedes Sosa?

-La descubrí cuando estaba preparando la tesis final de antropología. Estaba en la temática textil, junto a Trique, la comunidad indígena de Guajaca, una de las dieciséis etnias del estado. Estábamos en zona montañosa. Y uno de ellos tenía un grabador, con el casete sonando. “Gracias a la vida”, cantaba esa voz genial. Escuché esa voz grave, de contralto. Todo cambió entonces. Incluso hasta me interesé en los elementos de la música ranchera, cuando antes no me convencía. Algo produjo en mí Mercedes Sosa.

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